CARTA A LOS ESPECTADORES:
La
Mirada de los Otros fue una de las experiencias más ricas de mi vida y una de las que más
me confrontó con el dolor. Trabajar con los
discapacitados me descubrió una realidad y
me ayudó a crecer humanamente.
Cuando me propusieron hacer la película para
el Año Internacional de los Discapacitados
en 1980, mi primera reacción fue de sorpresa:
yo no conocía nada del tema y pensé rechazar
el ofrecimiento. Después, analizando mi situación,
comprendí que en tanto que exiliado y extranjero
yo era disminuido en el mundo de los otros, un discapacitado
frente a mis colegas franceses. Me di cuenta que
mis limitaciones podían ser una ventaja. Todo
mi esfuerzo durante el trabajo fue mantener el asombro
intacto. El objetivo era aprender a ver las cosas
que los otros no ven. Y acepté realizar la
película. Fue la primera que haría
en Francia, mi primera sobre el amor y de todas las
que hice, la única que no nació de
mí.
La Mirada de los otros debía sensibilizar
a la opinión pública sobre la problemática
de la relación con los discapacitados y su
inserción social.
También era necesario concebir un film que
no quedara relegado a los circuitos especializados
sino que pudiera interesar a la red europea de televisión.
Comencé a estudiar el tema con Monique Saladin –investigadora
de laboratorio sobre discapacitados que funciona
en el CNAM- a partir de un conjunto de ideas de base
que nos proporcionaron. Nos propusimos poner a prueba
o cuestionar los planteos y teorías imperantes,
y para ello nos sumergimos en la realidad tomando
contacto con todo tipo de discapacitados. Durante
dos meses recorrimos distintas ciudades y pueblos
de Francia, entrevistamos a más de 70 para
llegar a seleccionar 22. Buscábamos no sólo
el caso o la denuncia, sino la confidencia reveladora
sobre su vida cotidiana, las dificultades, fantasmas
y deseos. También nos interesaba la mirada –y
sentimiento- de los llamados inválidos y discapacitados
sobre el mundo de los válidos o capacitados.
Pudimos descubrir que para ellos nada había
más inferiorizante e inhibitorio que sentir
las diversas formas del rechazo (de la discriminación
a la piedad) de los capacitados. La sensación
permanente de sentir que su presencia los incomoda.
A
través de nuestra investigación
verificamos algo que intuíamos: las quejas
de los discapacitados, más allá de
la anécdota concreta, no eran otra cosa que
la universal demanda de amor del hombre de cualquier
condición, raza o continente. La necesidad
de ser reconocido, aceptado y querido por los otros.
La sociedad genera cotidianamente discapacitados,
pero en lugar de asumirlos como una parte inseparable
de ella, los margina y los confina en centros especializados.
Ellos no sólo no tienen posibilidades de trabajo,
sino que tampoco las ciudades, calles, paseos y casas
son concebidos o realizados para que puedan ser vividos
por quienes padecen disminuciones físicas.
Pero la realidad que se olvida es que el discapacitado,
lo es solo para la función orgánica
afectada y no para la vida. En el fondo de la cuestión
está el rechazo de una sociedad que a pesar
de todas sus proclamas sigue siendo racista y antidemocrática.
Ella se niega a admitir las diferencias porque admitirlas
significa aceptar y respetar al otro con sus ideas,
formas y valores distintos. El rechazo y segregación
que sienten los discapacitados comienza en la mirada
de los otros: “La gente no nos dice nada...
ellos nos miran”. Es la mirada del otro la
que marca la igualdad o diferencia. La distancia
o el acercamiento, el amor o la piedad. El discapacitado
lucha no sólo contra su deficiencia física
sino contra “la mirada del otro”. Todos
queremos ser reconocidos y queridos –por lo
que se es y por cómo uno es- lo que en realidad
se hace incierto cuando la desgracia es visible y
choca con las modas y los códigos estéticos
imperantes. Aceptar o renunciar a una vida como los
otros y con los otros es aceptar su condición
y es comenzar el largo exilio de una muerte en vida.
El fantasma del suicidio se hace compañero
inseparable del discapacitado. “Lo primero
que la gente descubre en nosotros son nuestros defectos”
Nos propusimos con Monique reducir al máximo
nuestra participación en el film, para que
fueran sólo los discapacitados quienes a través
de su palabra, gesto y emoción, testimoniaran
sobre ellos y también sobre nosotros.
En cuanto
a la concepción cinematográfica,
me planteé el problema de construir una progresión
dramática que interesara al espectador partiendo
exclusivamente de los personajes y sus revelaciones.
Había decidido no mover para nada la cámara,
integrarla de tal manera a la escena que nos olvidáramos
de ella. Este era el desafío y a él
me lancé teniendo en cuenta el simple hecho
de que en la vida somos capaces de escuchar una conversación
durante horas a condiciones de que lo que nos cuenten
nos interese, despierte nuestra curiosidad o nos
emocione. Tenía la ventaja de contar con 22
historias y dramas diferentes. El lenguaje despojado
al extremo, debía servir para captar la intimidad
buscada. Mi obsesión era llegar a rescatar
las imágenes interiores de los entrevistados.
Esas imágenes sólo transmiten la mirada-
suerte de ventana al alma- o el rictus de a boca.
Por eso realicé todo el film en primeros y
medios planos –los personajes – contrapunteados
con planos generales- el hábitat, ciudad,
etc.- a la manera de una serie de pinturas. Son retratos
o paisajes que se van enhebrando en un collar de
confesiones, las que a su vez, van creando un tiempo
y una atmósfera que nos envuelve y nos hace
sentir testigos de las mismas.
La primera satisfacción que tuvimos fue la
inesperada selección del film para ser estrenado
en la sección “Perspectivas del Cine
Francés” del Festival de Cannes. La
recepción que tuvo fue muy emocionante. De
ahí en más el film comenzó una
carrera que superó nuestras expectativas:
Ha sido proyectado en todos los países de
la Comunidad Económica Europea a través
de la red de televisión y en medios especializados
y culturales.
Quizá de todas las experiencias que vivimos,
la más sorprendente fue la que tuvimos al
proyectarlo ante un gran auditorio de discapacitados,
técnicos y profesionales del más importante
instituto de readaptación francés en
Lorient. A través de la película los
especialistas tomaron conciencia que además
de todas las transformaciones sociales que eran necesarias
para su reinserción en la sociedad, era necesario
un apoyo psicoterapéutico considerable y que
la mayor carencia de los discapacitados era AFECTIVA.
Fernando
Pino Solanas, agosto 1989
Esta película está dedicada a Jorge
A Garber, abogado, escritor, economista, funcionario,
productor de cine, teatro y TV. Uno de los hombres
más talentosos, múltiples y alegres
de su generación, un amigo entrañable...
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